Cuando un cliente entra en un estudio de cocina, sabe exactamente lo que quiere ver: innovación, precisión y una estética limpia como la que distingue a la escuela alemana de mueble de cocina. En la que, detrás de cada puerta de armario milimétricamente ensamblada, late una gran tarea previa, menos visible pero decisiva: la negociación del precio de compra. En un mercado donde los gigantes operan por volumen y presionan márgenes al límite, el minorista independiente necesita algo más que buen gusto; necesita músculo colectivo.